Chicago, 1943
I
A través de la persiana oscilaban las luces azules y rojas de las sirenas de los carros de policía. La noche había caído una media hora antes, alrededor de las siete, y el resplandor se filtraba junto a una luz azulosa, que se mezclaba con el humo del cigarrillo. El ruido indicaba que debían ser tres o cuatro patrullas del Departamento de Policía de Chicago. Pete Hayes estaba sentado al teléfono, con el sombrero puesto. El abrigo aún colgaba del perchero junto a la puerta del despacho.
- ¿Pete Hayes?
- ¿Quién es?
- Robert Barnes, ¿qué tal va todo?
- Hay mucho ruido, espere –Hayes subió la voz- ¿quién?...
- Robert Barnes...
- Iba de salida, Bob...
- Escuche Hayes, no le quitaré tiempo. Sé que planea meter las narices en el caso Montgomery, le advierto que...
- Iba de salida, Barnes, lo veré después.
Las llaves estaban sobre la radio descompuesta. Hayes tomó el abrigo y salió del despacho, cuya puerta tenía escrito en letras negras sobre el cristal traslúcido:
PETER HAYES
PRIVATE DETECTIVE
Al salir se detuvo un momento a encender un cigarrillo. Mientras hacía fuego, con el rabillo del ojo percibió una sombra tras el pasamanos de la escalera que daba a la puerta del edificio.
- ¿Quién está ahí? –gritó Hayes.
Por respuesta obtuvo el sonido de pasos que huían apresuradamente hacia la salida, a Walton Street. Hayes corrió tras los pies fugitivos y observó a un hombre corpulento, tal vez gordo que trataba de abrir la puerta de hierro sin éxito alguno. El detective, mirando la brasa del cigarro que encendía dijo con firme serenidad:
- Deténgase ahí, gordo. La puerta tiene maña.
Y súbitamente una ráfaga alcanzó a rasgar un extremo del ala del sombrero. El hombre gordo había disparado desde el vestíbulo y el proyectil había terminado por incrustarse en el muro de la señora Schwartz. Hayes sacó el revólver y disparó al hombro del otro, quien cayó dando alaridos sordos, como evitando gritar por vergüenza. Bajó hasta donde se encontraba el herido, le quitó la pistola y, como pudo, a pesar de su gran corpulencia, llevó a rastras al gordo escaleras arriba. La señora Schwartz observaba a través de la puerta entreabierta a Hayes, quien le hizo un guiño en señal de que estaba todo bajo control.
Adentro del despacho, Hayes tomó el teléfono.
- Woody, necesito que vengas.
- ¿Pete Hayes?
- ¿Quién es?
- Robert Barnes, ¿qué tal va todo?
- Hay mucho ruido, espere –Hayes subió la voz- ¿quién?...
- Robert Barnes...
- Iba de salida, Bob...
- Escuche Hayes, no le quitaré tiempo. Sé que planea meter las narices en el caso Montgomery, le advierto que...
- Iba de salida, Barnes, lo veré después.
Las llaves estaban sobre la radio descompuesta. Hayes tomó el abrigo y salió del despacho, cuya puerta tenía escrito en letras negras sobre el cristal traslúcido:
PETER HAYES
PRIVATE DETECTIVE
Al salir se detuvo un momento a encender un cigarrillo. Mientras hacía fuego, con el rabillo del ojo percibió una sombra tras el pasamanos de la escalera que daba a la puerta del edificio.
- ¿Quién está ahí? –gritó Hayes.
Por respuesta obtuvo el sonido de pasos que huían apresuradamente hacia la salida, a Walton Street. Hayes corrió tras los pies fugitivos y observó a un hombre corpulento, tal vez gordo que trataba de abrir la puerta de hierro sin éxito alguno. El detective, mirando la brasa del cigarro que encendía dijo con firme serenidad:
- Deténgase ahí, gordo. La puerta tiene maña.
Y súbitamente una ráfaga alcanzó a rasgar un extremo del ala del sombrero. El hombre gordo había disparado desde el vestíbulo y el proyectil había terminado por incrustarse en el muro de la señora Schwartz. Hayes sacó el revólver y disparó al hombro del otro, quien cayó dando alaridos sordos, como evitando gritar por vergüenza. Bajó hasta donde se encontraba el herido, le quitó la pistola y, como pudo, a pesar de su gran corpulencia, llevó a rastras al gordo escaleras arriba. La señora Schwartz observaba a través de la puerta entreabierta a Hayes, quien le hizo un guiño en señal de que estaba todo bajo control.
Adentro del despacho, Hayes tomó el teléfono.
- Woody, necesito que vengas.
A buena hora querido amigo. Estaremos pendientes de sus publicaciones ciberespaciales.
ResponderEliminarQué bueno que ya hay dónde leerte. Suerte.
ResponderEliminary antes donde lo leían?*??
ResponderEliminarpos qué no leíste mi post, carajón? chale, puras vergüenzas
ResponderEliminarMe agrada el folletín. Esa historia me recuerda a un pasaje en el que nicolas Belane golpea a un gordo y lo esposa en el retrete.
ResponderEliminarSigamos con las hostorias.