jueves, 25 de junio de 2009

AJAJÁ, pensaban que no, pero sí hay FOLLETÍN

VI

En la cocina de su departamento, Hayes se sirvió whisky con hielo. Se había despedido de Woody a las doce, al salir del restaurante chino de Claremont. Habían hablado de Montgomery, de su muerte, de cómo en su propia casa había sido apuñalado a sangre fría, sin dejar una sola huella. Montgomery era un hombre rico, pero no poderoso. Era famoso por espléndido y despilfarrador, sobre todo con su mujer, Annie Lynch. El viejo había sido embajador en Rumania antes de que empezara la guerra. Había rumores de que había simpatizado con los rojos, y que por eso había sido destituido. Aparentemente, como señalaba el informe, Reed no descartaba la hipótesis de que su experiencia con los bolcheviques hubiera causado irritación en algún pez gordo y que tal fuera la causa de su muerte. Cosa que era totalmente estúpida, ya que al volver de Europa, Montgomery había amasado su fortuna comprando una gran compañía empacadora. Y al parecer había creado vínculos con la mafia italiana, ya que de otro modo no se explicaba la aparición de Jacks y de Joey Fratta. No obstante eso no esclarecía nada y Hayes y Woody estaban fatigados. El informe de Reed era vago y al parecer falso. Matar a un magnate por bolchevique era una excusa absurda, y ni el detective ni su ayudante la consideraron. Por ahora lo único que tenían en claro era que Fratta y el alcalde de Chicago estaban envueltos en el caso, aunque fuera de manera indirecta.
Sentado en la cocina, Hayes fumaba y bebía whisky. Cuando estuvo relajado, extrajo de su bolsillo el papel de miss Lynch, de cuyo contenido había supuesto que no iba a sacar nada eficaz para efectuar una hipótesis. Recordó que en la última llamada telefónica, ella le había dicho que podía aparecerse en su casa a la hora que fuera, ya que estaría en vela por el insomnio. Hayes consideró divertido hacerle una visita a altas horas de la noche, en caso de que también él tuviera problemas con el sueño. Abrió el sobre y leyó:
“Peter, sé que hasta ahora no he sido útil, pero tengo miedo. Aunque tal vez me equivoque en lo que mi mente de chica ha logrado discernir, espero que pueda serte útil. El asesinato de Gordon no es algo irrelevante, nadie tomó nada de la casa, no fue un robo. Fue algo político, algo relacionado con organizaciones criminales. He oído hablar de italianos, de rusos o rumanos o algo como eso. No sé bien quienes pueden estar involucrados, pero espero que creas que lo que te he dicho es mentira. Yo no maté a mi marido, no podría hacerlo, me dio lujos y otras cosas que una ingenua chica de Montana jamás imaginaría. Por si fuera poco soy débil. Aunque nunca lo quise jamás tuve razones para hacer algo así. Espero que persuadas al horrible sargento Barnes, que me ha estado hostigando. Sólo tu puedes protegerme, Peter; sólo a tu lado estoy tranquila, confío ciegamente en ti como espero que tú confíes en mí. Juro que en cuanto sepa más te lo haré saber. Hasta pronto. Annie”. Dibujó en su mente a Annie, con el vestido blanco, el sombrero y el pelo rubio bien arreglado. Pensó que las mujeres aunque no lo sean, siempre se obstinan en parecer tontas. Hayes sonrió. Vio el reloj de la pared: las doce y media. Tomó el abrigo y el sombrero y salió de nuevo a la calle.
-A Bowler Street –dijo al conductor del taxi.

jueves, 18 de junio de 2009

Vuelve el FOLLETÍN. ¡Como casi todos los jueves!

V

- ¿Qué hay, Woody?, ¿todo en orden? –dijo Hayes arrojando el abrigo sobre el escritorio.
- Sí, jefe. Este perro ha ladrado bastante. Los papeles de Reed están en el cajón.
- Gracias, Woody -Hayes comenzó a hojear los documentos enviados por el fiscal de distrito- ahora cuenta.
- Nombre: Daniel Jacks, según el registro civil no. 32 de Chicago. Supuesta ocupación: chofer particular de una tal señora Culver. No hay rastro de ella en los registros. Sinceramente dudo que esta señora exista en realidad. Domicilio: 237, Hastings Avenue. Todo esto no importa, pero te sorprenderá que éste es uno de los viejos chicos de Capone. Administraba un speakeasy en Oak Street, a la edad de 27 años.
- ¿Esto te lo dijo él?
- Sí, jefe. Lo amordacé bien. Aunque parezca rudo y orgulloso, es un viejo cobarde.
- ¿Para quién trabaja?
- Dice que para nadie, que actúa por su cuenta, para vengar a un hermano suyo que está en prisión.
- OK, Woody, trae mis herramientas.
Woody fue al cuarto de servicio y regresó con un maletín. Hayes se había puesto de pie. Se paseaba lentamente alrededor de Jacks mientras arremangaba su camisa. Aunque tenía el ceño fruncido, los ojos del prisionero estaban enormes, llorosos e iracundos. Sudaba a chorros y tenía costras de sangre en la cara. Sus ojos estuvieron a punto de saltar fuera de las órbitas cuando del maletín, Hayes sacó un taladro eléctrico.
- Cierra los ojos, Woody –dijo Hayes- esto puede impresionar.
Y se le acercó. La broca estaba en movimiento y parecía lista para apuntalar el calvo cráneo de Jacks. Se oyó un grito sordo que se amplificó cuando súbitamente Hayes le quitó la venda de la boca.
- ¡Joey Fratta! Trabajo para él.
Hayes entregó el taladro a Woody, quien lo puso de nuevo en el maletín. Sentado en su silla, el detective encendió un cigarrillo y siguió hojeando los papeles de Reed. Woody estaba de vuelta, con las manos en los bolsillos.
- Joey Fratta. –dijo Woody mirando a Hayes –posee una trattoria en Dorchester Avenue. Buena comida, excelentes vinos.
- ¿Qué quiere el señor Fratta conmigo, señor Jacks? –preguntó Hayes- ¿está enfadado por algo?
- No lo sé, lo juro –contestó el huésped- sólo recibí órdenes. Aunque tal vez... No sé, señor. El alcalde Kelly y mi jefe son viejos amigos, y últimamente se le ha visto regularmente en el negocio. No sé de qué hablan, pero lo he visto. Esta semana el alcalde se presentó en dos ocasiones. Déjeme ir, tengo familia. Ahora que he denunciado a Fratta estoy en peligro. Aun puedo tomar el tren de las once treinta.
- Es una lástima que el alcalde Kelly aun no hay inaugurado el subterráneo. Sería una espléndida ocasión para estrenarlo, señor Jacks –dijo Woody, mientras desataba al gordo.
- Es cierto. –señaló Hayes- Váyase. Y tenga cuidado. Y eso que Fratta no es peor que Capone. Cúrese bien esa herida.
Jacks se incorporó pesadamente. Puso su mano sobre el hombro herido e hizo un gesto de dolor. Woody lo ayudó a ponerse el abrigo. Le devolvió la cartera y sus documentos y le abrió la puerta. Estaba más pálido que antes, como si la calle representara el peor de los peligros. Hayes lo alcanzó en el pasillo.
- Tenga su pistola –le dijo-. Woody, acompáñalo.

Cuando Woody volvió, Hayes estaba despidiéndose en el teléfono.
- Bien, cariño. Iré en cuanto pueda.
El detective y su ayudante intercambiaron una larga mirada, un poco de desconcierto, otro poco de hilaridad. Todo había pasado muy rápido y había ya mucha gente involucrada. El cadáver de Montgomery, su esposa, Barnes, Joey Fratta y hasta el mismo alcalde de Chicago. Hayes alzó los papeles de Reed y los puso en alto, mostrándolos a su asistente. De pronto los rompió y los arrojó a la papelera. Woody sonreía.
- Pura palabrería Woody. Parece que el estado quiere obstaculizar cualquiera de nuestras pesquisas. Aunque Reed es un buen hombre, ese Barnes no es tonto. Y más si tiene detrás al pequeño demócrata Kelly. Ellos saben algo y definitivamente no quieren compartirlo. De cualquier forma es tarde y tengo hambre. Vamos a cenar y a tomar algo.
Hayes y Woody descendían la escalera que da a Walton Street.
- Por cierto... he visto multitudes agolpadas en los puestos de periódicos, y oído ciertos rumores. Rumores de algo grande. ¿Tú no sabes nada?
- No, jefe. La radio no sirve y el periódico no decía gran cosa en la mañana. No he tenido oportunidad de hojear los vespertinos.
Salieron a la calle.