jueves, 9 de julio de 2009

FOLLETÍN para la damita, para el caballerooo

VII

No le sorprendió ver las luces encendidas. Se disponía a tocar cuando alcanzó a percibir siluetas en la estancia de la casa. No podía distinguir a través de las cortinas blancas aquellas formas, pero sin duda eran masculinas. Afuera había un auto estacionado, sin nadie a bordo. Esperó unos momentos por si había alguna señal de violencia. Dudó unos momentos en timbrar, sin embargo se dio la vuelta y anduvo hasta la avenida para tomar otro taxi. No volvió a considerar que miss Lynch pudiera estar en peligro. Volvió a su departamento. No pasaron veinte minutos antes que pudiera conciliar el sueño.


La señora Schwartz se asomó al pasillo al oír los inconfundibles pasos de Hayes. A veces le convidaba café y panecillos en la mañana, cuando no había mucho trabajo. Eran las ocho. Hayes aceptó la invitación de la señora Schwartz, con quien simpatizaba por su laconismo y discreción.
- Alguien vino a verlo, temprano en la mañana, señor Hayes.
- ¿Temprano en la mañana?, ¿las ocho no le parecen suficientemente temprano, señora?
- Alrededor de las siete. Se asomó por el vidrio de la puerta, sin tocar una sola vez. Era un hombre grande, vestido de negro.
- ¿Alguien que haya visto antes por aquí?
- No. Aunque no le vi la cara. Era un tipo extraño.
- Gracias, señora Schwartz. También por el café.
Le besó la mano y entró en su despacho. Woody no había llegado. Como siempre, dejó el abrigo y el sombrero pero mantuvo consigo el revólver, que colocó sobre el escritorio. Tomó el teléfono.
- ¿George?, es Pete Hayes.
- Hola Pete. ¿Qué puedo hacer por ti?
- Mucho, amigo mío. Tú tienes contactos en la banca, ¿no es así?
- El mundo está a mis pies, Pete, ¿qué necesitas?
- Rastrea todo lo que puedas que esté a nombre de Gordon Montgomery o Anne Lynch, te llamaré más tarde.
- Haré lo que pueda, detective Hayes. ¿Algo más?
- Nada, George. Eres un gran hombre. Te llamo después.
Dejó la mano sobre el auricular después de colgar. Pensó en los hombres que estuvieron la noche anterior en el departamento de Bowler Street. Pensó en Barnes. Trataría de sacarle algo, con la excusa de hablarle del dinero del alcalde. Le contestó una voz femenina.
- Señorita, quiero hablar con Robert Barnes.
- No está aquí. ¿Quién habla?
- Peter Hayes.
- Señor Hayes, el teniente Barnes está en una junta con el gobernador. Debe haber sido urgente, porque ha dejado su café sobre el escritorio, y no le ha dado ni un sorbo...
- Gracias, cariño. Adiós.