jueves, 19 de marzo de 2009

DEFINICIONES de la vida

La vida era el cambio diario de los vendajes del corazón que hacía gritar de dolor al incurable enfermo, tanto joven como viejo.

Yukio Mishima

jueves de folletín

me da hueva poner el pinche folletín

jueves, 12 de marzo de 2009

Jueves de FOLLETÍN

IV

La mujer se había puesto de pie, y estaba junto a Hayes. Tocaba su brazo con las yemas de los dedos. El detective apagó una lámpara que estaba junto a él y sintió que sus ojos se sosegaban. Vació el whisky de un trago y giró hacia la estancia. Se encontró de frente con miss Lynch, quien se abrazó a él como una niña indefensa.
- Peter, no confío en esos esbirros de la policía, menos en ese perro Barnes. Sólo tú puedes protegerme...
Hayes miró unos segundos el semblante infantil de miss Lynch, el pelo se le había desacomodado un poco y no había sonrisa alguna en su boca. La sujetó de los brazos con fuerza, y la besó. Al separarse, Annie bajó la vista y fue a la mesita, sirvió otro par de tragos.
- Ahora, cariño, necesito que me digas lo que sabes, basta de drama.
La mujer bajó la vista, se soltó suavemente de las mangas de Hayes y suspiró. Fue a la recámara y volvió con un sobre sellado que tenía escrito el nombre del detective.
- Escribí esto para usted. Espero que le sea útil, es todo lo que sé. Comprenda que ahora no es fácil para mí hablar al respecto.
- Bien. Me voy. ¿Hay alguna puerta de servicio?
- Por aquí.
La viuda Montgomery lo encaminó a la salida. Hayes se asomó discretamente al exterior. No había nadie.
- Adiós Annie. Nos veremos pronto.
Las nubes habían dejado un visillo para la luna que aclaró un poco la penumbra. Hayes echó a andar con el revólver bien agarrado bajo el abrigo.

El doliente crujir de las hojas secas bajo las suelas de sus zapatos siempre había agradado a Peter Hayes. Caminaba al lado de la calle fascinado por cómo aquel sonido aclaraba su mente, disipaba cualquier pensamiento intruso, cualquier tentación distractora. Jamás hablaba con nadie sobre sus gustos, ni siquiera con Woody o con George Stanley, su abogado. El chirrido de las hojas era una satisfacción que guardaba para sí, como el más preciado de los juguetes de un niño. Un húmedo viento frío había despejado el cielo casi por completo; la luna pendía del firmamento como un gran bombillo de luz blanca. Hayes estaba viendo el reloj cuando un auto de policía se detuvo junto a él. La portezuela se abrió y una voz conocida y poco agradable le convidó a subir.
-Suba, señor Hayes.
Una sonrisa de fastidio se dibujó en los labios del detective. Subió a la patrulla.
- Buenas noches, Barnes. Estamos cerca de mi apartamento. Si me está llevando preso, complázcame en llevarme por mi pijama.
- Es una linda noche, amigo. Sólo vamos a dar un paseo.
- En ese caso démonos prisa. Casi es hora de dormir. Sabe usted, Barnes, que no me gusta andar fuera muy tarde. Es necesario que sepa que abundan los pillos en las calles de Chicago. ¿Cómo está Reed?
- Estoy seguro de que usted lo sabe. Reed es un buen elemento, joven y honrado. Sólo un poco irresponsable.
- Hace siglos que no lo veo. Apreciaría que diera mis saludos a Trevor y a la señora Reed cuando lo vea.
- Deje de jugar, Hayes. Reed es soltero y usted lo sabe. Desgraciadamente para mí usted es todo menos un tonto.
- Oh, disculpe mi torpeza, señor Barnes. Ando distraído últimamente.
Barnes se quitó el sombrero, se acercó a Hayes y lo tomó por la solapa del abrigo. Fijó sus ojos pequeños e inquisidores sobre su interlocutor.
- Mire, Hayes, estoy harto de sus idioteces. El caso que tiene en sus manos es más delicado de lo que cree. El alcalde Kelly personalmente me ha dicho que lo quiere fuera. No le incumbe. Así que ahórrese problemas y vaya a investigar a alguna esposa infiel. Y quite de una vez esa estúpida sonrisa.
- Oficial Barnes –dijo Hayes quitando tranquilamente la mano de éste de su abrigo- sabe que yo no hago nada para molestarlo a usted. Aunque el mismo presidente le haya dicho cualquier cosa, a mí me tiene sin cuidado. He sido contratado para seguir este caso, y sabe que no pierdo mi tiempo. En todo caso para quitarme del camino tendría que hablar con mi cliente y no conmigo.
Barnes lo miró con prudencia. Hizo un gran esfuerzo en mostrarse paciente con aquel hombre agudo que se comportaba con irreverencia.
- O usted podría hablar con su cliente. Mire, yo tampoco quiero perder mi tiempo, y le ruego que piense las cosas bien –Barnes hizo una pausa, y a lo pocos segundos sacó un papel de su bolsillo- el alcalde le ofrece esta suma por hacerse a un lado. Considere la cantidad.
- ¿Está tratando de sobornarme, Barnes? Es usted un sinvergüenza. Deme el papel.
Hayes tomó el cheque y lo observó unos instantes. Sonreía y se complacía de que esto irritaba al oficial Barnes.
- Es una buena suma –dijo y rompió el cheque en cuatro partes-. Si no le molesta aquí me bajo, estamos cerca de la oficina.
El auto se detuvo.
- No le conviene para nada lo que ha hecho, detective. Cuídese. Chicago es una ciudad peligrosa. Y déjeme decirle que esta vez su audacia se acerca más a la estupidez.
- Adiós, Barnes –dijo Hayes bajando del auto-. Por cierto, tocando el asunto de esposas infieles, ¿dónde andaba la señora Barnes a estas horas de ayer?
- Jódase, Hayes.
El detective incrustó un cigarrillo en su sonrisa y lo encendió. Estaba a unas cuantas cuadras de Walton Street. Echó a andar bajo el resplandor de la luna.

lunes, 9 de marzo de 2009

DERROTAS hechas en México

Hace poco fui a un ensayo del Coro filarmónico universitario a unas cuantas semanas de que interpretaran el Requiem de Verdi con la Ofunam, y el director estaba enfurecido porque había partes que no salían y dijo algo semejante a "¿qué, porque somos mexicanos no podemos hacer las cosas bien?. Fue la misma semana cuando los ratones verdes de la selección perdieron 2 a 0 con los gringos. Vaya sorpresa. Todo mundo sabía que iban a perder y aun así hubo quien sufrió, como si fuera tragedia. ¿Acaso ronda por este país el ominoso fantasma de la mediocridad?. Decir que México es una nación mediocre es una absurda generalización, ¿pero qué lección se puede absorber de las derrotas de entidades simbólicas como la selección, que evidentemente influyen en el estado anímico de una gran cantidad de mexicanotes panboleros?
Para colmo, ayer, le dan una tunda a la selección mexicana de beisbol, nada menos que los australianos, cuya tradición beisbolera es inexistente. ¿Hay que suponer que los mexicanos salieron sobrados y confiados, o que con base en disciplina y trabajo fuerte los australianos han logrado conjuntar un gran equipo en un corto tiempo? Sea lo que fuere, el picheo mexicano fue malísimo (y se supone que tanto los pitchers como los boxeadores mexicanos han sobresalido en la historia del deporte) y los 9 ligamayoristas no pudieron responder con bateo oportuno la tremenda ofensiva australiana. (Hay que decirlo: ese equipo no parecía mexicano; el único en el line up de ayer que no era de grandes ligas era el designado Jorge Vázquez, un individuo que estuvo suspendido como 50 partidos en liga mexicana por dopaje). Y ni aun así pudieron siquiera demostrar decencia y mucho menos perder con dignidad ante los australianos.
A la mera hora la vida sigue igual gane o pierda México en lo que sea, pero si el deporte profesional se ha vuelto una herramienta del poder para embrutecer al país, y si mucha gente lo asume como algo relevante, que por lo menos den un buen espectáculo.
Ojalá que Oliver Pérez no lance así con los Mets.

viernes, 6 de marzo de 2009

ENCUESTAS y más encuestas

Queridos amigos y enemigos. En vista de que mi última encuesta no fue muy pelada, supongo que a todo mundo le vale madres el sistema electoral de este país tan desarrollado y democrático (recordad la primera encuesta de este blog). Pongo otra que espero que contesten con absoluta seriedad y respeto.

jueves, 5 de marzo de 2009

FOLLETÍN que ya es jueves

III
- Le ruego, señor Hayes, le ruego que descubra quién cometió este horrible crimen. Le ruego, se lo ruego señor Hayes...
- Tranquila, señora. Volveré en un par de días y podremos hablar.
Había apartado a miss Lynch, encendido un cigarrillo y había cruzado unas palabras con Trevor Reed, el fiscal de distrito, colega del molesto Robert Barnes. Reed había extraído con un trapo el arma homicida del cuerpo de Montgomery, con una amplia sonrisa, como simpatizando con ella. Hayes y el fiscal contemplaron un rato el puñal ensangrentado, de hoja muy afilada, con mango de oro cubierto por una venda de algodón.
- Linda el arma, ¿no es así Hayes? –había dicho Reed con su sonrisa que dejaba ver sus dientes pequeños y blanquísimos-; ni una huella.
- Linda –contestó el detective- me voy de aquí. Te llamo mañana. Saludos a Barnes.
- Adiós, Hayes. Descuida, no le diré a Barnes que estuviste por aquí.

Seguía andando cuando recordó que no había revisado los papeles que le envió el fiscal de distrito. Aun era temprano y apresuró el paso. Las luces de Chicago parecían aun más tenues y siniestras. Aunque los transeúntes caminaban con los abrigos hasta las orejas por el frío otoñal, él lo llevaba abierto, solo protegido por el nudo de la corbata. Un anciano que recogía las hojas secas le pidió una moneda. Al sacar el niquel percibió a un hombre que parecía seguirlo a unos cuantos metros. Entregó al viejo la moneda y se dirigió a paso firme hasta Camerling Avenue. Tomó un taxi y lo dirigió por callejuelas hasta Bowler Street, donde se alojaba miss Lynch. Pagó y descendió sin esperar el cambio. La criada le abrió la puerta y lo dirigió a la sala, donde se hallaba la viuda, en un vestido negro y sosteniendo una Biblia protestante.
- Señor Hayes, qué bueno que ha venido.
- Hola Annie.
- ¿Puedo ofrecerle un trago?
- Seguro.
El departamento era modesto, de esa clase media que había superado lentamente la gran depresión. Había pocos muebles, tres sillones y una mesita al centro con una botella de whisky, vasos y un traste con hielo. De las paredes colgaban algunos cuadros con paisajes montañosos. El espacio estaba alumbrado con lámparas de pantallas blancas y delgadas, que distribuían exageradamente la luz amarilla en toda la estancia. Después de la penumbra del exterior, esa luz intensa reflejada en los tapices claros de los muros penetraban violentamente las pupilas de Hayes, y lo hacía pestañear. El humo de un cigarrillo que acababa de consumirse en el cenicero dibujaba figuras a través de la luz.
- Parece que aquí no se pone el sol, miss Lynch –dijo Hayes con la vista abajo, cerrando un segundo sus ojos oscuros.
- Lo siento, señor Hayes, desde el asesinato de Gordon tengo miedo. No podía permanecer en la mansión un segundo más, es por eso que he venido aquí, a casa de mi hermano. Cualquier sombra me estremece. Las luces de toda la casa están encendidas día y noche, para detectar a cualquier intruso.
El detective se sentó, dio un buen trago al escocés y encendió un cigarro.
- No quiero asustarte, Annie... –Hayes cambiaba constantemente del solemne miss Lynch al personal Annie y se percataba de una breve sonrisa en el rostro de la chica- pero en la calle alguien me venía siguiendo. Ordené al chofer que condujera por callejuelas.
El tono de Annie adquirió un matiz sarcástico.
- ¿El bravo Peter Hayes tiene miedo?
- Eso fue para comprobar mi sospecha. He sido seguido hasta aquí.
Se levantó con el vaso en la mano y corrió un poco la cortina.
- ¿Quién puede ser, Peter? ¿alguien que pueda hacerme daño?
- Es posible que lo sepas mejor tú que yo.

miércoles, 4 de marzo de 2009

DEFINICIONES del amor

Love is a dog from hell.

Charles Bukowski


Me gusta más en español: El amor es un perro infernal

martes, 3 de marzo de 2009

DEFINICIONES del amor

El amor es una enfermedad en un mundo donde lo único natural es el odio.

JEP

lunes, 2 de marzo de 2009

DEFINICIONES del amor

El amor es el beso
en la quietud del nido,
mientras las hojas tiemblan
mirándose en el agua.

Federico García Lorca