sábado, 25 de abril de 2009

EPIDEMIAS y casualidades

Qué casualidad que la epidemia que azota esta ciudad sea de influenza PORCINA.

miércoles, 22 de abril de 2009

DESASTROSOS los Mets

En el momento en que escribo esto caen los Mets en la quinta entrada contra los Cardinals en San Luis. Mala salida de John Maine, cosa que no es sorprendente tratándose de un pitcher abridor de los Mets. Mucho se habló de la llegada de Francisco Rodríguez, de JJ Putz y Sean Green, tomando en cuenta que el año se echó a perder principalmente por pésimas actuaciones del bullpen en la recta final de la temporada, y en menor medida por la falta de bateo oportuno. Pero recordemos: para que los servicios de Francisco "el Superchamo" Rodríguez sirvan de algo, tienen que llegar a la novena entrada ganando, estoy seguro que salvará el 99% de las oportunidades. Sean Green y JJ Putz pueden aguantar sin mayor problema si en la séptima se tiene una ventaja aunque sea mínima.
Está bien, JJ Putz perdió ayer un juego que le entregaron empatado y que sin embargo debió de recibir con ventaja. Se solucionó el problema del bullpen, pero eso mágicamente no va a hacer mágicamente que los Mets se pongan a ganar, o que por lo menos no pierdan las series en su casa. Los tres problemas de los renovados Mets: el picheo abridor, el mal corrido de bases y los titubeos a la defensiva. Añado un cuarto problema, y que debe de juzgarse aparte: Daniel Murphy, que en este momento es el peor enemigo de su equipo y como estoy enfurecido porque el juego avanza y cada vez está más cerca la derrota, le dedicaré unas cuantas líneas: pendejo imbécil hijo de su puta madre que se lo lleve la chingada $"%&$&%$%$#/%$&%$/&$/&%$/&%$/&%$%&$/&%$/&%$&%$/&%$/&%$/&%$/&%$/&%$/&%$/&%$/&%$/&%$&/%$/%&$/&%$/&%$/&%$%&$/&%$&%$&/%$/&%$&%$/&%$/&%$/&%$/&%$/&%$/&%$/&%$/ Y para el manager Jerry Manuel, ya que no es toda la culpa del jugador, sino también el que lo pone ahí es un pendejo. A un jugador joven se le perdonan errorcillos, titubeos, malas elecciones, pero si es error tras error, errores que cuestan juegos, derrotas para Johan Santana (único picher virtuoso en la rotación de abridores, si no se ganan sus aperturas no se ganarán las de nadie más), la derrota de ayer, carreras que complican juegos por sus malos disparos. Es que en realidad es muy imbécil, hasta en los tiros a cortador la caga y permite, por ejemplo, un pisa y corre de primera a segunda. El manager lo mantiene en el line up porque batea bien y oportuno, pero de nada sirve cuando sus errores cuestan partidos, y además, un buen bateador, en Liga Nacional, es igual o más útil viniendo de emergente, cuando su pésima defensiva no le estorba a sus compañeros.
Por lo pronto John Maine, tras una pésima salida, deja el juego perdido 5 a 1 en la sexta, con casa llena y dos outs. Mala salida porque regaló bases, incluso al lanzador de San Luis en su primer turno (si no se siente cómodo para lanzarle para hacerle out a un picher es mejor sacarlo a la verga). Hits, más bases y más hits. Derrota, mala temporada, mal pronóstico, tanto pinche millón de dólares para nada (y eso que yo no pago boletos de 600 dólares).
Que se jodan y que me joda yo por ver los partidos y andar pendejeando.

miércoles, 15 de abril de 2009

FICCIÓN. Dr. Mandujano

Después de operar a alguien, al doctor Mandujano le gustaba asistir, como ya sabemos, al pabellón de enfermedades mentales del hospital. Los que lograron verlo alguna vez -enfermeras, gorilas vestidos de blanco, otros médicos- dicen que sólo se sentaba en una banca del jardín, a veces tomando un café o chupando una paleta de caramelo. Nunca nadie se atrevió a afirmar nada, pero sí se especuló bastante sobre aquel comportamiento. El doctor Mandujano sólo hablaba con los pacientes si éstos se acercaban. Una vez un loco puso un banco frente a él y se sentó a dibujarlo (de esto sí hay evidencia: es el dibujo que cuelga de la pared del consultorio, donde antes estuvo el diploma). "Obra de arte peculiar, el bigote un poco demasiado exagerado, las orejas enormes y en la mirada una extraña sombra, como de río turbio, peces muertos y sucia espuma, como cuando me siento iracundo y triste" fue lo que dijo el doctor Mandujano sobre su retrato, en una breve charla con el doctor Peralta, gran amigo de él, según dicen. Seguramente el doctor Peralta se reservó su opinión, y así prevaleció la que por decidia fue y sigue siendo la oficial, la del dibujo hecho con trazos agresivos por un niño hiperactivo, quizás un sobrino o un paciente.
Dicen también, que cuando fue suspendido indefinidamente por negligencia médica, el doctor Mandujano pasaba horas enteras en su casa, con el dibujo sobre los muslos, la mirada baja y una pantalla de lágrimas en los ojos.

jueves, 9 de abril de 2009

DECLARACIÓN de odio

Te odio ciudad infame. Me largo. Besos.

martes, 7 de abril de 2009

PEQUEÑA FICCIÓN con personaje plagiado de http://antuasol.blogspot.com/2009/02/tall-tale.html

Los tacones de sus relucientes zapatos resonaban ya en el pasillo del pabellón de oncología, entre silencios que manaban de aquel borbollón de silencio, cimentado en el sufrimiento y la amargura. El doctor Mandujano miró el reloj digital que le regaló un niño con linfoma. Las tres de la tarde. Apático, se acercó a las enfermeras que chismeaban como lavanderas, con la admiración semiconsciente que había provocado el altercado con el doctor Duarte, una semana antes.
Como para disimular, se aproximó Rosenda, una enfermera más, una mujer más en el mundo, con la carpeta que contenía imperativos médicos urgentes, diagnósticos, tratamientos, placebos, extremaunciones científicas. Nunca supo porqué el doctor Mandujano, pero no la dejó hablar a la pobre Rosenda, le arrebató de las manos el manojo de pendientes, lo arrojó al piso y la sujetó con violencia de las nalgas fofas y estimulantes. No la besó porque le dio asco, pero, vanidosamente, se convenció a sí mismo de que le había dado a la perpleja enfermera la experiencia más extasiante de su vida. Después de ese arrebato, se limitó a sonreírle y sacarse la bata y el gafete, dejarlos sobre el mostrador de ingresos y salir de allí, con una extraña calma de madrugada en un puerto pesquero. El sol brillaba afuera intensamente. Pasó de largo de su automóvil estacionado y caminó, con la certeza de que aquel día no era más el doctor Mandujano, sino un atado de violencia e imperfección. Supo que lo que quedaba de aquella tarde y parte de la noche le deparaba algo inusitado, que podría traerle incluso la muerte o una mutilación, o que simplemente se acostaría a dormir con la sensación de que algo o alguien, más allá de los cadáveres taciturnos del ala de oncología, moría o había muerto en cierto momento de la jornada.