jueves, 26 de febrero de 2009

FOLLETÍN (¡como todos los jueves!)

II

Colgó. Dejó el sombrero sobre el escritorio y observó con atención al hombre tirado en el sofá, que se había atado un pañuelo en el hombro sangrante. Era un hombre de unos cuarenta años, rubio, calvo, de ojillos claros y llorosos. Trató de buscar en su memoria aquel rostro asustado y altivo, sin embargo se convenció de que no lo había visto antes.
- Ahora dígame. ¿Quién es usted?
- Me llamo Daniel. De seguro mi nombre no le dirá nada...
- Daniel qué.
- Daniel Jacks, cambié mi nombre en el 32, durante la prohibición.
- Su nombre me da sed, y en realidad no me dice nada, aunque sospecho quién lo envió.
- Usted no sabe, señor Hayes. Y aunque mi torpeza haya indultado su vida, déjeme decirle que debe cuidarse la espalda. Cuidarse en serio.
Woody entró con el cabello engominado, sin sombrero. Llevaba unos documentos bajo el brazo. Era un joven de veinticinco años, tranquilo y diligente, risueño pero serio. Antiguo estudiante de medicina y lector de Conan Doyle y Wilkie Collins, se había familiarizado con la sangre y había decidido ser detective. Había tomado a Hayes como mentor, lo admiraba y lo respetaba en gran medida. Éste a su vez, se fiaba de él y simpatizaba con su aguda inteligencia y sangre fría.
- Quédate con el señor Jacks, átalo y cúrale ese brazo.
- A la orden, jefe. ¿Quiere que se lo ampute?
Los ojos del gordo se contrajeron en un gesto de pánico infantil.
- No es necesario Woody. Revísalo y hazle preguntas, quiero saber todo de él. Voy a salir un momento, no tardo.
Salió llevando el sombrero y el abrigo bajo el brazo. En el trayecto del despacho a la puerta del edificio recargó su revólver calibre 22. Empujó con fuerza la puerta de hierro antes de jalarla hacia sí.
Tomó Walton Street en dirección a la avenida Claremont. Las luces tenues de la calle proyectaban su sombra oblonga magníficamente. Su paso era rápido y silencioso. Tuvo que bajar de la acera esquivando una multitud que se agolpaba en el puesto de periódicos. El caso Montgomery le daba vueltas, le hacía dudar de su agudeza, de su capacidad de intuir la verdad a unos cuantos días de conocer los hechos. Recordaba vagamente las piernas de Anne Lynch, nombre de soltera de la viuda de Gordon Montgomery, a quien en ese instante devoraban los gusanos. Reconocía en la chica esa sensualidad de las sospechosas. Había nacido en Montana y tenía ese aire ingenuo contrario a las chicas de Chicago, Nueva York o San Luis. Su piel era blanca lechosa y aunque no era muy pequeña daba una primera impresión de fragilidad. Sin embargo tenía su mirada algo indefinido, algo que contradecía su indefensa postura. Si bien su belleza era de una austeridad campirana, sabía sobrellevarla. La había conocido tres días antes, la noche del crimen, llorando, estilizando al máximo su imagen desconsolada. Hayes le había dado su pañuelo para secarse las lágrimas, mientras trataba de hacerle algunas preguntas. Las respuestas de miss Lynch eran vagas, producto del descontrol, del llanto de rimel esparcido como aceite sobre el rostro y de la impresión de la sangre que teñía de escarlata la alfombra de la sala de la mansión Montgomery. El cuerpo de su marido estaba cubierto por una manta blanca, que sólo descubría sus zapatos limpísimos y pequeños. Le habían clavado un puñal en el estómago, haciendo un corte hacia arriba hasta el esternón. La mujer al final de aquella accidentada entrevista se había abrazado al cuerpo del detective Hayes, con gesto lloroso y suplicante.

8 comentarios:

  1. Esto promete, principito, me cae. Tiene mucho ritmo, mucho tono y mucho swing. Te estaré leyendo.
    Saludos al jefazo

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  2. Gracias mi querida fonema. Daré tus saludos al Sumo Pontífice.

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  3. Cada vez mayor tensión y misterio en la hitoria del detective.

    Sucede con frecuencia que las cosas que nos aterran, disgustan o causan repulsión, son las que cubren algun vacio dentro de lo más retorcido de nuestro subconciente. No es psicoanálisis es lógica. Como ejemplo, la homofóbia.

    Reitero mi gusto por este sitio.

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  4. ¿Qué ha estado leyendo, mi querido señor Capa? ¿Acaso vela una sutil homosexualidad bajo una barrera de lucidez?
    Arriba la Butifarra comiteca.

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  5. ¿Y qué? ¿No me va a linkear, principito? Qué falta de cortesía tan propia de la mandurraza.

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  6. ¿qué es linkear? dime como se hace eso y con todo gusto

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  7. agregarme a su lista de blogs, pues. y no digas que no sabes cómo porque allá arriba la tienes

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