domingo, 25 de abril de 2010

DR. MANDUJANO y la fisiología

El dr. Mandujano, sentado en el bacín en ese exacto momento en que arde, reflexionaba sobre su salud estomacal. Reconocía, pese a la dificultad natural de autodiagnosticarse, que podría ser todo una consecuencia del consumo del alcohol. Últimamente se sentía con el desgano que sólo se esquiva tomando cerveza o trago. "Me siento más torpe y más alcohólico" había comentado al dr. Peralta, distraído, con la cabeza quién sabe dónde, con los ojillos brillosos y sus ojeras habituales. El doctor Peralta sonreía tranquilo, conocía a su amigo, sabía que era mejor callar y entender, más que dictaminar paternalmente una solución conductista. Aquella tarde ambos médicos tomaron unas cervezas en un bar del centro y comieron morcilla.
El dr. Mandujano ponía una cara extraña al pedorrearse, como de niño inocente, de huída, de evasión. Una expresión triste más. Todo el día siguiente estuvo arrojando gases por el culo, que no se oían pero sí causaban incomodidad en las narices civilizadas. "Nadie debe avergonzarse por sus olores", escribió en un papel, "y menos un médico irresponsable como yo". Las enfermeras se reían al principio hasta llegar a mostrar un semblante de extrañeza, de incomprensión. El dr. Mandujano se evadía de recomendaciones gastroenterológicas, sabía que ese olor a podredumbre, perfumada y dulzona, como de dulce de membrillo podrido, era la descripción más sutil de su estado.
En la calle, cerca de un comercio concurrido, entre miles de almas, el dr. Mandujano se pedorreó. Ante el estupor general y los gestos de asco señaló a una señora de unos 62 años, de aspecto anodino, cargando una bolsa de un conocido almacén de zapatos: "fue ella", dijo el dr. Mandujano, libre de pecado.

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